Carolina González Arias

jueves, 12 de junio de 2014

Mi máquina del tiempo

En casa están realizando algunos trabajos de remodelación. Todo es un desastre como imaginarás, pero hasta en un caos de tierra y escombros se puede tropezar uno con algo que cambie el gesto cansado por una buena sonrisa.

Tratando de mantener la normalidad, al final de la tarde, cuando el albañil se despide hasta el otro día, me dedico a barrer y ordenar (mejor entre comillas, "ordenar") un poco. En uno de esos momentos, la escoba encontró algo un poco más pesado que el simple montón de tierra. Lo que creí era una piedra daba vueltas con cada empujón. Al acercarme y reconocer su inconfundible color Berol Prismacolor*, algo pasó.

Lo agarré y fue como si me hubiera sentado en la máquina del tiempo de H.G. Wells. De repente, me encontré en el barrio donde nací buscando por todo el callejón, junto a mis amigas, algo para rayar el cemento de la calle. Siempre pasaba lo mismo cuando queríamos jugar pisé: "¿Quién tiene tiza?". Silencio. Nos mirábamos las caras y sin hablar sabíamos que debíamos emprender la búsqueda de algo que nos sirviera para dibujar los grandes cuadros que nos entretendrían hasta que el sol, que siempre se cansaba antes que nosotras, se despidiera.

Buscábamos por todos los recovecos, patios, construcciones paralizadas, en fin, traíamos piedras, pedazos de materiales desconocidos, pero el más preciado tesoro que podíamos encontrar era un pedazo de ladrillo. Hallarlo era una celebración, el mejor preámbulo al juego. En ese pedazo de arcilla cocida se concentraban horas de futura diversión.

La recién encontrada gema se deslizaba por la calle dejando tras de sí una huella entre rojo y naranja que le daba a nuestro juego cotidiano un aire especial. Reciclaje, autosustentabilidad, emprendimiento propio eran palabras ajenas a nuestro léxico, pero las ejercíamos a cabalidad cada tarde. No necesitábamos nada más que un pedazo de algo inservible para otros, nuestra imaginación y buenas piernas para pasarlo bien. No existían los videojuegos, computadoras, ni internet, pero vivíamos momentos memorables sin que se nos agotaran las baterías. Nuestro Game Over era anunciado por los gritos maternos: "Ya es de noche, mijitas, ¿no piensan comer?".

Foto de Verónica Peña
Volví al presente, seguí con mi afán de limpieza y la sonrisa no se me borró en un buen rato. Fue sabroso recordar cómo esos pedacitos de arcilla de mi infancia han sido grandes ladrillos en mi vida en construcción.

*En mi niñez los nombres de los creyones Prismacolor eran nuestra referencia cromática. Mi camisa del liceo era amarillo pollito, mientras que la de otro liceo cercano era amarillo canario. El rojo ladrillo, azul petróleo, verde esmeralda, rojo carmesí, azul cielo, verde grama, entre una infinidad de nombres colorearon nuestros sueños en aquellos años (para qué te miento, aún a mi edad sigo llamando a los colores por el creyón que le corresponde)


2 comentarios:

  1. Caro estoy muerta de la risa. GRACIAS. También jugué pisé, pero lo conocíamos como muñeco. Recientemente mi hermana y yo nos tropezamos con uno recién dibujado en la calle y comenzamos a saltar como dos niñitas. Bellísimo momento. Nosotros tenemos por costumbre repasar nuestra infancia, qué tiempos tan felices. Tú la recuerdas por colores, nosotras a través de sonidos. Todo mi amor! ♥

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