En casa están realizando algunos trabajos de remodelación.
Todo es un desastre como imaginarás, pero hasta en un caos de tierra y
escombros se puede tropezar uno con algo que cambie el gesto cansado por una buena
sonrisa.
Tratando de mantener la normalidad, al final de la tarde,
cuando el albañil se despide hasta el otro día, me dedico a barrer y ordenar
(mejor entre comillas, "ordenar") un poco. En uno de esos momentos,
la escoba encontró algo un
poco más pesado que el simple montón de tierra. Lo que creí era una piedra daba
vueltas con cada empujón. Al acercarme y reconocer su inconfundible color Berol Prismacolor*, algo pasó.
Lo agarré y fue como si me hubiera sentado en la máquina del tiempo de H.G. Wells. De repente, me encontré en el barrio donde nací
buscando por todo el callejón, junto a mis amigas, algo para rayar el cemento
de la calle. Siempre pasaba lo mismo cuando queríamos jugar pisé:
"¿Quién tiene tiza?". Silencio. Nos mirábamos las caras y sin hablar
sabíamos que debíamos emprender la búsqueda de algo que nos sirviera para
dibujar los grandes cuadros que nos entretendrían hasta que el sol, que siempre
se cansaba antes que nosotras, se despidiera.
Buscábamos por todos los recovecos, patios,
construcciones paralizadas, en fin, traíamos piedras, pedazos de materiales
desconocidos, pero el más preciado tesoro que podíamos
encontrar era un pedazo de ladrillo. Hallarlo era una celebración, el mejor
preámbulo al juego. En ese pedazo de arcilla cocida se concentraban horas de
futura diversión.
La recién encontrada gema se deslizaba por la calle
dejando tras de sí una huella entre rojo y naranja que le daba a nuestro juego
cotidiano un aire especial. Reciclaje, autosustentabilidad, emprendimiento
propio eran palabras ajenas a nuestro léxico, pero las ejercíamos a cabalidad
cada tarde. No necesitábamos nada más que un pedazo de algo inservible para
otros, nuestra imaginación y buenas piernas para pasarlo bien. No existían los
videojuegos, computadoras, ni internet, pero vivíamos momentos memorables sin
que se nos agotaran las baterías. Nuestro Game
Over era anunciado por los gritos maternos: "Ya es de noche, mijitas,
¿no piensan comer?".
Foto de Verónica Peña |
Volví al presente, seguí con mi afán de limpieza y la
sonrisa no se me borró en un buen rato. Fue sabroso recordar cómo esos
pedacitos de arcilla de mi infancia han sido grandes ladrillos en mi vida en construcción.
*En mi niñez los
nombres de los creyones Prismacolor eran nuestra referencia cromática. Mi
camisa del liceo era amarillo pollito, mientras que la de otro liceo cercano
era amarillo canario. El rojo ladrillo, azul petróleo, verde esmeralda, rojo carmesí, azul
cielo, verde grama, entre una infinidad de nombres colorearon nuestros sueños
en aquellos años (para qué te miento, aún a mi edad sigo llamando a los colores
por el creyón que le corresponde)
Caro estoy muerta de la risa. GRACIAS. También jugué pisé, pero lo conocíamos como muñeco. Recientemente mi hermana y yo nos tropezamos con uno recién dibujado en la calle y comenzamos a saltar como dos niñitas. Bellísimo momento. Nosotros tenemos por costumbre repasar nuestra infancia, qué tiempos tan felices. Tú la recuerdas por colores, nosotras a través de sonidos. Todo mi amor! ♥
ResponderEliminar<3
Eliminar