Carolina González Arias

viernes, 31 de enero de 2014

¿Te revuelcas en el charco de tus desgracias?

Hay personas que pareciera que no pueden concebir la vida si no es dentro del escenario de un drama constante. La felicidad trata de atropellarlas, pero ellas la esquivan de manera increíble, y tras tumbos y volteretas caen de nuevo en su cómodo charco donde se revuelcan a gusto en el lodo de sus desgracias. Es muy difícil sacarlas del fango. Se aferran a la insatisfacción, a la tristeza, al pesimismo, como si de eso dependiera su supervivencia. Le huyen a la luz que les indica la salida, a la soga que les evitaría la caída. Ante cualquier atisbo de que su vida va por buen camino, escudriñan, hurgan, escarban, hasta encontrar ese "pero" que les devuelva  su dosis de drama que los calma como la droga calma al adicto.

Hace unos días le comentaba a un amigo que a personas así no se les puede hablar de "autoayuda" porque la rechazan de plano, pues autoayuda significa que como tú eres responsable de todo lo que aparece en tu vida, el trabajo de ayudarte, de mejorar, lo tienes que asumir tú mismo. Eso requiere de esfuerzo y compromiso personal, un alto precio que no están dispuestos a pagar sobre todo si se puede evitar culpando al mundo, al entorno, a la mala suerte o a la alineación de los planetas de sus desgracias. Todo el control de su vida lo ponen fuera de ellos, para poder seguir rumiando sus penas y recibiendo de vez en cuando algunas palmaditas en la espalda con algunos toques de conmiseración ajena.

Uno quisiera insistir en ayudarlos, pero termina aprendiendo que el que desea ayuda la pide y el que no la pide la rechaza cuando se le brinda. Esto me recuerda aquel chiste cruel del hombre que se está ahogando y llega una persona y le tira un salvavidas y el atribulado lo rechaza gritando: Dios me salvará. Otro buen samaritano le lanza una cuerda y vuelve el hombre a rechazarlo. Pasa un voluntario en un bote y le extiende la mano recibiendo como respuesta: Tranquilo, Dios me salvará. Por supuesto, el hombre muere ahogado y al encontrarse con Dios le reclama: caramba, Dios, me abandonaste. Te pedí ayuda y no me escuchaste. A lo que Dios le respondió: ¿No te escuché? Te tiré un salvavidas, te lancé una soga y hasta te mandé un bote y los rechazaste. 

Soy una convencida de que nuestros pensamientos configuran nuestra vida. Aquello en lo que nos enfocamos es lo que recibiremos. Afortunadamente tenemos la libertad de escoger en qué ponemos nuestra atención. Tú puedes escoger entre seguir revolcándote en el lodo de tus desgracias o sacudirte el fango y comenzar a vivir lo bueno que te ofrece el universo. Yo, por mi parte, sigo aquí organizando mi clóset mental, enfocándome en agradecer lo bueno que trae cada día y poniendo más ladrillos en mi vida en construcción.

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