Hoy me permito cambiar un poco el esquema de mi blog pues quiero dejar aquí un mensaje muy importante para mí y para millones de personas de mi país. Un mensaje que queremos le llegue a esa madre inmensa que es Venezuela. A ella le decimos que la esperamos, la soñamos y la extrañamos. Desde cada espacio en el que la vida nos ha puesto, con las herramientas con las que contemos, seguiremos luchando para volver a ver la verdadera cara de la patria que siempre hemos amado.
Querida amiga:
Me imagino tu expresión al recibir esta carta y pensarás: “Carolina
no es del tipo que escribe cartas de amor”. Tienes razón, mi querida, no es una
carta de amor, porque no hay epístola que por muy bellas palabras que tenga pueda
describir mis sentimientos hacia ti. Tampoco es una carta de desamor, porque
cuando se ama como te he amado es imposible echar atrás el calendario y
aparentar que aquí no ha pasado nada.
Es un simple desahogo, ¿sabes? Es un balbuceo que sale
entrecortado de mi mente y armo como un rompecabezas para que puedas
entenderlo. ¿Podrás? No sé, pero lo intento.
Estás en mi cuerpo desde el primer trozo de aire que saboreó
mi boca. Allí estuviste, grande, hermosa, recibiéndome en tus brazos inmensos
que olían a mar y salitre. No sabía que te amaba entonces. Tu sí. Estoy segura.
Poco a poco, mi boca fue aprendiendo a deletrearte, a nombrarte, y en las
tardes, a veces, con mi cuatro, a cantarte. Cuánto te canté. Miro hacia atrás y
me duele el pecho al darme cuenta de que ya no te canto mucho. Mejor dicho, no
te canto.
Estuviste conmigo en aquella escuela frente al mar. Pobre de
estructura ella, pero con una sabiduría inmensa en su interior que me llenaba
la cabeza y el corazón con palabras que hasta hoy conservo en mis haberes más
queridos. Siempre conmigo. Allí veías, sobre mi hombro, cómo serpenteaban mis
dedos en las páginas de la revista Tricolor y sabías que esas avalanchas de
amor entraban por mis ojos y se fundían con mis células. Recuerdo que juntas
reímos y aprendimos con los “Cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo”. ¿Te acuerdas?
Amé tu compañía en los largos viajes por carretera, donde
cada vez que comenzaba a molestarme por lo largo del camino, me alegrabas mostrándome
paisajes llenos de colores que no estaban en mi caja de creyones.
Mis sentimientos por ti crecieron día a día y fue por amor a
ti que decidí mi carrera. Me empujaste a la “Casa que vence las sombras” y
lograste que fuera mi hogar por cinco años que recuerdo con nostalgia. Allí
pude conocerte mejor y supe que no era en vano haber nacido bajo tu cielo.
Cuánto hemos vivido juntas. Cuántas penas nuestros corazones
compartieron. Cuántas alegrías regocijaron nuestras almas. Cuán duro es mirarte
ahora y sentir que mis venas se encogen, mi corazón se descompasa y mis
lágrimas se esfuerzan por no mojar mi cara.
Qué lejana te siento amiga. Mis hijos no te reconocen en los
cuentos que les echo, en los que les relato mis aventuras contigo. Me
preguntan, sin obtener respuesta porque no la tengo, dónde está esa amiga que
me dio tanto. A veces piensan que les cuento tonterías, ideas locas que salen
de mi imaginación; no pueden verte porque parece que no estuvieras. Hay un
velo, les digo a veces, hay un velo que la esconde, pero seguro la conocerán.
Segura estoy de ello, pero que lejana te siento aún, amiga.
Sé que no es tu culpa. Lo sé, pero entiende que vivir con el
pecho oprimido por la angustia me hace, a veces, querer no quererte tanto. Paso
días y semanas evitando saber de ti. Digo que no me importa lo que te pase,
pero sé que soy como el zorro de la fábula.
Sé que sufres igual que yo. Estoy segura de que preferirías
estar como siempre, ligera, ondulante con tus tres colores moviendo tus siete
estrellas como brazos siempre abiertos dispuestos a dar y recibir a quien te
pida y ofrezca. Sé que esa chispa tuya que atrajo a tantos de tantos lados
quiere volver a encenderse y brindar luz a quien la necesite. Sé que estás ahí,
herida, sí, pero viva y segura de que volverás a ser la de siempre. La de mi
niñez, la de la escuela, la de mis quereres. Sé que esperas paciente.
Yo, mientras tanto, te escribo esta carta para aflojar un
poco el nudo que tengo adentro. El mismo que me hace querer llorar cuando te
recuerdo. Que me hace rabiar cuando veo que te usan y te cambian el rostro. Que
me hace sentir vergüenza cuando no encuentro en mí el coraje que me enseñaste a
tener para defenderte y traerte de vuelta a este cascarón vacío que hay entre
las fronteras de tu cuerpo. Perdóname, amiga mía, porque el daño que me hace el
extrañarte tanto me ha dejado sin fuerzas para seguir gritando las nueve letras
de tu nombre.
Perdona el desahogo, querida mía, yo sé que me entiendes.
Has pasado por tanto, que sé que esto pasará también. Te espero bajo tu cielo,
amiga; te espero en tu araguaney, en tu turpial y en tu flor de mayo. Te
espero en mi vida para seguirte amando como siempre.
Siempre tuya, Carolina
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