Sé que hace siglos que no paso por aquí. Mi vida en construcción —la de carne y hueso— me tuvo un poco ocupada: con el cuidado de mis padres hasta que partieron (que me llevó a escribir un libro sobre esa experiencia); tener a mis hijos lejos cuando decidieron emigrar; un episodio de salud muy fuerte del cual llevo las consecuencias per secula seculorum, y finalmente mi decisión de abandonar todo lo que era mi vida, que aunque imperfecta la amaba, y migrar como lo han hecho miles de mis compatriotas, entre otras cosas.🙄
De migrar, precisamente, es de lo que quiero escribir
hoy. Leo a muchos de mis amigos —a quienes también les ha tocado dejar todo y
buscar nuevos caminos—, y me preocupa que sientan tanto dolor y nostalgia por lo
que dejaron. Es normal, lo sé, pero también sé que el dolor y la nostalgia, si
no se manejan apropiadamente, pueden causarte daños físicos y emocionales muy
difíciles de superar.
Creo que nunca he expresado mucha tristeza,
arrepentimiento o una nostalgia dolorosa por lo que dejé. Amo mi país, amo la
vida que viví allá, lo que alcancé —tanto lo material como lo intangible—, pero
desde que decidí emigrar lo hice con la convicción de que cada día lo dedicaría
a ver lo que tenía frente a mí, agradecerlo y quererlo, porque considero que es
la mejor manera de hacerlo.
Cuando me preguntan: ¿es que no quieres a tu país?
¿Por qué dices que no extrañas tu país? ¿No tienes corazón? Nada de eso. Te voy
a contar con una analogía cómo puedo vivir sin llorar constantemente por lo que dejé,
sin que eso signifique que no ame lo que quedó atrás.
Imagina algo que te guste mucho. 😍
En mi caso voy a
elegir el chocolate. 😉 Para mí el chocolate no puede tener otra descripción sino
la de «regalo
de los dioses».
Lo amo. Puedo comerme una barra entera si me la dejan
enfrente. A partir de ahora me voy a referir a esa barra de chocolate favorita. Tú imagina lo que
más te guste.
Un día empiezo a observar que cada vez que como el chocolate
que me encanta me siento algo extraña. Un día me da un pequeño dolor de cabeza;
otro, me produce un ligero mareo, y así sigo mis días comiendo ese chocolate, y
aunque ya he podido establecer que mis malestares se empeoran cada vez que lo
como, sigo tratando de disfrutar de las oportunidades de comerlo.
Voy empeorando, y un día al comerme una de mis
adoradas barras, me da un dolor de estómago terrible. Tengo que ir
a urgencias, me hacen una cantidad de exámenes, y el doctor me dice que he
desarrollado una intolerancia a cierto componente de mi barra de chocolate
favorita.
¿Pero cómo? ¡Yo he comido esa barra de
chocolate toda mi vida y nunca me ha hecho daño! 🤔El médico me explica que desde hace algún tiempo la empresa que fabrica esa
barra de chocolate ha comenzado a utilizar un ingrediente nuevo en su
composición, y es ese componente el que poco a poco me ha hecho daño, hasta el
punto en que mi cuerpo ya no pudo procesarlo más.
Para evitar males mayores a mi salud, el doctor me indica que debo dejar de comer mi barra de chocolate favorita.
«Es tu
decisión —me
dijo—.
Puedes seguir comiéndolo, pero debes estar consciente de que cada vez que lo
hagas no solo te vas a sentir muy mal, cada día con un dolor nuevo, sino que
con el paso del tiempo tus órganos no aguantarán, y el daño será permanente en
tu cuerpo. Tú decides si sigues comiéndolo, o si desde este momento dejas de
hacerlo, de manera que tu cuerpo se recupere del daño que ha sufrido hasta
ahora, y puedas vivir una vida saludable. Hay muchas opciones de chocolate.
Escoge una que no tenga ese componente que te hace daño». 😯
Así lo hago. Escojo un chocolate que no me hace daño
como ese que amo con locura. No es igual, pero es chocolate. Me acostumbro a su
sabor, a su textura. Descubro que es muy sabroso. Cada día le agarro más cariño
a este nuevo chocolate, y lo hago parte de mi vida diaria. No me hace daño, y
me permito disfrutar de él.
Sigo pensando en mi barra de chocolate favorita, por
qué negarlo. Pero no dejo que me impida disfrutar de este nuevo chocolate que
puedo gozar sin producirme daños.
Quizá algún día, la fábrica de mi chocolate favorito decida quitarle ese ingrediente que me hizo tanto daño, y que dejó algunas secuelas en mi cuerpo. Tal vez, en ese momento, vuelva a comerlo… o quizá no, porque el nuevo se ha convertido en parte importante de mi vida.
No me preocupo
ahorita en pensar qué haré en ese momento, si es que ese momento llega. Solo me
encargo de disfrutar cada segundo que saboreo mi nuevo chocolate.
Migrar no es fácil, lo sé, pero puede vivirse honrando cada instante con lo que trae. Cada uno de esos instantes es un ladrillo más en tu vida en construcción.🧡
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