Carolina González Arias

miércoles, 16 de septiembre de 2009

A levantarse que comenzaron las clases

Hoy es el cumpleaños de mi hijo menor. Casualmente también es el primer día del año escolar, así que tuvimos que dejar la modorra de dos meses de vacaciones y levantarnos antes de que el catire saliera y comenzara a alborotar este lado del planeta. No hay cumpleaños que valga que dé permiso para quedarse enrollado en las sábanas el primer día de clases. El uniforme sin estrenar, los lápices nuevos y olorosos, los cuadernos esperando la partida para llenarse de garabatos y sueños, son como imanes para mi hijo, aún cuando el dormir hasta el mediodía haya sido uno de sus placeres más grandes en estos pasados sesenta días.


Como vivimos cerca del colegio, nos levantamos a las 6am ( aunque siempre lo hago antes, realmente) para arreglarnos con calma y estar en la puerta del colegio a las 7am. Yo generalmente, vacaciones o no, siempre me levanto a esa hora. Costumbre, será. Pero nada más pensar que a partir de hoy y por los próximos meses (con sus interrupciones, claro, como la pausa larga por Navidad y los siempre esperados asuetos de Carnaval y Semana Santa) será una obligación insoslayable, me produce cierta flojera y muy pocas ganas de abrir los ojos.


Así me acosté anoche, con el pensamiento puesto en la obligación de comenzar la rutina apenas al amanecer. Pero esta mañana al lavar la cafetera y mientras veía por la ventana, otra vez esa vocecita que aparece cuando más la necesitas, me explicó porqué hasta sin obligación, me gusta levantarme a esa hora.


Ese corto momento en el que transcurre la transformación de la noche en día es realmente espectacular. Me gusta saborearlo con el único café que me tomo en toda la jornada. Esa taza de café con leche que me acompaña desde mis primeros años de vida (a lo mejor será tema de otra entrada, pero bueno, a lo que vamos). Me siento en la oscuridad de mi cocina a pensar en lo que me espera en el día, doy gracias por la vida que tengo, por mis hijos, por mi esposo, por la familia entera, todo en un absoluto silencio que atesoro como algo muy mío. Poco a poco las rendijas de la persiana se van dibujando en la pared y es el momento de tomar la taza y mudarla de lugar; parada, con los codos en el fregadero miro por la ventana y empiezo a llenarme de naranjas, rosados, azules, que van apareciendo detrás de los edificios que tengo enfrente, hasta fundirse en un solo color, el color cielo, que en donde vivo es de un azul luminoso, sea Enero, Agosto o Noviembre. Es cosa de un minuto o dos, pero que sirven de combustible para el resto del día.


Cuando acaba el mágico espectáculo, el correcorre de la ducha mañanera, la preparación de la arepa con quesito y jamón y la última revisión al contenido del morral, me recuerdan el porqué me levanté al amanecer y me muestran un vistazo de lo que será el comienzo de cada día desde hoy hasta el muy lejano mes de Julio del año que viene.
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