En estos días en una de las revistas dominicales leí algo que me llamó la atención. Era un reportaje que hablaba sobre cómo mantener la lozanía del cerebro. Lo leí con interés porque, vamos a ser honestos, los años no pasan en vano y si hay algo que quiero tener bien mantenidito es mi cerebro, claro, en conjunto con el cuerpo.
Una parte de ese escrito hablaba de algo que los japoneses de Okinawa, que es una de las poblaciones más longevas del mundo, denominan Ikigai, que quiere decir “el motivo para despertarse al día siguiente”. En fin, que lo del Ikigai me quedó dando vueltas en la cabeza, porque explicaba que una de las formas de mantener joven el cerebro es tener una razón por la cual vale la pena la existencia de uno.
Pero este post no es para darle una clase de cómo mantener joven el cerebro, ni sobre el Ikigai porque a decir verdad, de eso no sé mucho. Lo que me llevó a empezar a darle a las teclas fue que esas frases en el reportaje me hicieron recordar un episodio en mi vida que en su momento me hizo pasar una rabieta pero que hoy me causa mucha gracia, y cada vez que lo recuerdo me hace esbozar una sonrisa.
Estaba haciendo una Especialización en Imagen Corporativa y todo me iba bien porque en todas las materias tenía la máxima nota (20). Nos tocó una materia que les juro que ni siquiera me acuerdo del nombre porque el episodio me hizo borrar la materia y a la profesora de mi memoria.
Recuerdo que la profesora se dedicó a explicarnos el bendito tema del planteamiento de la Visión y Misión de las empresas. En un alarde de simpatía (la pobre por más esfuerzos que hacía no había Dios que hiciera que nos cayera un poquito en gracia) la susodicha nos dice que hagamos un ejercicio personal y divertido como trabajo para nuestro próximo encuentro. El cometido era plantearnos una Visión y una Misión pero a nivel personal. Todo vale, decía, véanse ustedes como una empresa y creen su Visión y Misión.
Pan comido. Yo estaba clarita (y embarazadísima de mi segundo hijo). Comencé a redactar mi Visión y Misión en la vida. Las palabras exactas que puse no las recuerdo porque la muy (no sé qué adjetivo poner aquí), no me devolvió mi trabajo.
Llegó el día de exponer nuestros trabajos y me toca mi turno. Yo y mi inmensa panza nos paramos, aunque la simpática me decía: “si quieres lo puedes hacer sentada”. Habrase visto, tratarme como si no pudiera pararme. Partí diciendo que para declarar la Visión no habia que redactar un testamento porque la esencia se pierde en la telaraña de las palabras. Mi Visión simplemente era “Tratar de ser feliz cada momento y lograr que los demás también lo fueran”. Madre de Dios, que bravura agarró esa señora. Me miró con cara de pocos amigos y me habló como la profesora Dolores Umbridge a Harry Potter:” ¿ Eso es todo? ¿Esa es tu Visión?”
Mis compañeros no respiraban. Giraban los ojos de un lado (donde estaba yo) al otro (donde estaba ella). Sí (lacónico y sin emociones agregadas), le dije. ¿Por qué? le pregunté.” Esa no puede ser tu Visión en la vida”, me dijo. “¿Cóooomo?” (ahí sí con emociones agregadas), le contesté, “es la única Visión que tengo en la vida para que sepa”.
Otra vez las miradas de mis compañeros. Ella insistía en que mi Visión tenía que ser convertirme en la periodista más famosa del país, o ser la escritora más renombrada del planeta. Cuando terminó de decir sandeces, empecé un discurso (les prometo que no lo voy a escribir completo) diciéndole: mire señora, todo eso que usted está diciendo y más son las cosas que nos hacen ser felices cada minuto, sí quiero ser una buena periodista, una escritora, una madre extraordinaria, una esposa espectacular, gozar de respirar cada segundo, ver el sol cada día, oler una flor en el camino. Ahí me extendí hasta que dije: ¿me explico? Mi Visión en la vida es tratar de ser feliz porque todo lo que uno hace en la vida tiene ese destino.
El discurso fue más largo. Luego hablamos de la Misión, lo que ya daba como para que nos arremangáramos las mangas, pero éramos mujeres y yo tenía un balón como de 11 kilos encima, además del poco glamour en un aula de Postgrado. Me ofreció que rehiciera el trabajo para evaluarme mejor, que ella entendía que en mi estado (EN MI ESTADO) las mujeres nos poníamos un poco sensibles. Hulk era Lassie comparado conmigo en ese momento, le dije que no, que si uno podía cambiar su Visión en la vida con la facilidad que ella pretendía, no valía la pena ni ponerse a plantearse una Visión.
Claro, al final ella ganó porque me calificó con 18 lo que hizo que mi promedio bajara unas décimas, pero por ninguna razón le di mi brazo a torcer.
¿Por qué el Ikigai me hizo recordar ese episodio? Porque sigo creyendo en mi Visión, creo que cada día, si estamos atentos, vamos a encontrar mil motivos para que la existencia valga la pena, y para querer despertarnos al día siguiente.
No sé qué será de esa profesora. Ni de su nombre me acuerdo. Lo que me hace recordar que tengo que seguir las recomendaciones del reportaje que leí para mantener en forma mi cerebro, y quién sabe si en una de esas me viene a las neuronas el nombre de la susodicha y la busco para ver si tiene Ikigai en su vida.
Yo sí lo tengo, y cada ikigai que asumo es un ladrillo más en mi vida en construcción.
yo prefiero algo mas sencillo que el Ikigai,Milky Way(el chocolate reduce la ansiedad) u otras herramientas de autoayuda,mi Visión es simple como la felicidad...al despuntar el día Veo la sección de obituarios en el periódico,si no aparece mi nombre me levanto y salgo a disfrutar mi día.
ResponderEliminarSuerte con tus ladrillos,ánimo,adelante.
Yo soy usted sra. Carolina y la golpeo, jejeje!!! si es pasada esa vieja!
ResponderEliminarEmily!
Ya puede quitar la cara de desaprobacion, xq ya lei su blog ;) o bueno en eso ando jejeje!!!